Las he visto en organizaciones que declaran ese símbolo como una política, pero sus prácticas desvirtúan el símbolo. Empresas donde las puertas físicas están abiertas, pero las puertas emocionales están cerradas: a la diversidad, al respeto, a la inclusión, a la participación, a las nuevas ideas, al cambio.
He visto oficinas no sólo con puertas abiertas, sino sin puertas (incluso sin paredes) donde la gente no es escuchada ni valorada. Empresas de “puertas abiertas” donde el ejercicio del poder es tal, que hace que la gente no quiera entrar, aunque no haya puerta.
También he visto lo opuesto: empresas donde las oficinas tienen puertas, incluso a veces cerradas, pero suceden cosas maravillosas con su gente y su cultura.
Un símbolo sólo se construye como tal a partir de prácticas coherentes.
Marlen Montero Solís